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MODERACION
miércoles, 11 de julio de 2012
Hay que desdramatizar la práctica de la política (LPG)
En la política que se vive día a día hay, en cualquier tiempo y lugar, un cúmulo de componentes que muy fácilmente se salen de control. Esto lo vemos en países desarrollados y en países no desarrollados, porque el desarrollo no elimina los juegos de la naturaleza humana, que es la que en definitiva tiende a imponerse. Es claro, y a estas alturas nadie puede escapar a esa evidencia, que hemos pasado de una era de encerramientos cómodos a otra de aperturas incómodas. De la bipolaridad, en la que todo parecía poder decidirse en la agenda de las dos superpotencias a la globalización, en la que nadie tiene la sartén por el mango ni hay teléfono rojo que valga. ¿Será este un signo de adultez histórica? Lo único que en verdad sabemos, porque lo sentimos a diario, es que el tránsito está sobrecargado de ansiedades, dudas y peligros.
La política práctica es competencia constante, y eso genera, por su
propia índole, un ambiente de tensión natural. Lo que hay que ir
asegurando es, precisamente, dicha naturalidad, para que las pasiones no
se desborden, como es su impulso propio, tanto en los individuos como
en las colectividades de todo tipo. Lo que está, pues, en la base de
toda forma de convivencia pacífica es el eficaz gobierno de las
emociones y las pasiones. Esto requiere un entrenamiento que nunca
termina, porque se trata de una disciplina que debe estar
permanentemente bajo vigilancia racional. En definitiva, es la
racionalidad la conductora de ese proceso disciplinario; y si la razón
no se impone, lo que se tiene es el desgobierno de la sinrazón. Ejemplos
vivos de ello los tenemos a diario, aquí y en todas partes. Y hoy, con las redes sociales, todo esto está en pantalla a cada instante.
La
democracia es un método que funciona como un régimen y se consolida
como un sistema. Es, pues, una sucesión de momentos en el tiempo. Se
habla de democracias maduras, de democracias en formación y aun de
democracias en gestación. ¿En qué etapa estamos nosotros, los
salvadoreños, que hicimos nuestra apuesta democrática original hace un
poco más de 30 años, en los umbrales de la guerra interna? Estamos en la
fase de construir el régimen democrático; es decir, de una democracia
en formación. Y cuando eso se da, las resistencias antidemocráticas
afloran a cada instante, como podemos ver justamente ahora en el país,
en lo que se ha dado en llamar “conflicto de poderes”, y que en verdad
se trata de caprichosas disputas de poder, por negación a reconocer que
el poder en democracia no es un botín sino un compromiso.
Las
resistencias antidemocráticas asumen todo tipo de disfraces, en el afán
de hacerse valer. Dichas resistencias usan las libertades democráticas
para asegurar su provecho. Y en tales condiciones, los pensamientos y
las fuerzas verdaderamente posesionadas de su responsabilidad
democrática deben poner en práctica los antídotos pertinentes. El
primero de esos antídotos es la promoción y el ejercicio de la
racionalidad. Porque la primera tentación es reaccionar en el mismo
nivel temperamental de los gestores antidemocráticos, y en eso hay una
trampa autoanuladora. Por eso subrayamos la necesidad de contraponer al
dramatismo artificioso que caracteriza a los antidemócratas la
desdramatización analítica propia de los demócratas. Es un ejercicio de
depuración atmosférica que siempre resulta saludable.
En los
tiempos recientes, y en especial desde que se produjo la primera
alternancia en el ejercicio del poder político, hemos visto aflorar la
anticultura del exabrupto y de las descalificaciones. Es cierto que los
modos de ser de los individuos influyen mucho en los comportamientos
públicos; pero este fenómeno va más allá de los arrebatos y los
desplantes personales: es un signo revelador de que nuestra democracia,
pese a los peligros que la amenazan y los flagelos que la castigan, está
tomando cuerpo de presencia definitiva en el ambiente. Si eso no
estuviera pasando, las resistencias y los anticuerpos no tendrían razón
para estar tan alertas y crispados. Es buena hora, entonces, para
ejercer esa desdramatización que desarma a los que sólo tienen como
argumento la conflictividad en espiral.
No nos asustemos por lo
que vemos en el día a día, en el país y en el mundo; pero tampoco
bajemos la guardia. Aunque parezca todo lo contrario por los datos que
nos arroja la realidad en vómito presencial y virtual inagotable, este
es un momento histórico en que la racionalidad humanizadora tiene más
posibilidades que nunca. ¿Por qué? Porque en un mundo global y
transversal todos los centralismos deformadores están en crisis. Hay que
tomar conciencia de ello, y animarse a hacer lo que la razón indica, no
lo que la sinrazón propaga. Esto exige aplomo, lucidez, disciplina y
paciencia, elementos de conducta que son de compleja práctica en
cualquier tiempo y latitud. Dramatizar siempre atrae; desdramatizar
siempre retrae. Pero no estamos en el teatro, sino en la vida, con
perdón de nuestro admirado Calderón de la Barca.
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