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MODERACION

*La moderación es el proceso de eliminar o atenuar los extremos, es buscar el equilibrio.     *En la moderación se halla lo mejor en ética, en política, en economía. Por eso, Rubén Darío decía que “la moderación es el mejor de los bienes”.     La Real Academia Española define la moderación como sinónimo de “cordura, sensatez, templanza en las palabras o en las acciones”.     Son esas, precisamente, las características o cualidades que más se deben poner en práctica dentro de la política nacional.    

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miércoles, 25 de julio de 2012

Crear condiciones para que no se repitan conflictos como el actual (LPG)

La evolución democratizadora implica cambios en las formas legales, en las formas administrativas y en las formas procedimentales. 

Se sabe, por reiterado efecto de la experiencia, que descomponer las cosas es casi siempre muy fácil, y en cambio recomponerlas siempre exige trabajo arduo y concienzudo. Si esto se da en todos los órdenes, no tendría por qué no darse en la política, y más cuando se está en un proceso de construcción progresiva, como es el de nuestra joven democracia, en el que hay muchas cosas aún inseguras o definidas a medias. Al hallarnos en tales condiciones, se agrega un elemento más de riesgo, y es el que muchos se sientan tentados a alterar el curso de la sana estructuración democrática porque éste no cuenta con las salvaguardas debidamente consolidadas y fortificadas.
La evolución democratizadora implica cambios en las formas legales, en las formas administrativas y en las formas procedimentales. Todo ello requiere, para ser funcional y sostenible, que cambien las formas mentales que mueven la política, pues ésta, al fin de cuentas, es un tejido constante de conductas. Y está sabido hasta la sociedad que lo que más cuesta cambiar, siempre y en cualquier lugar, son las formas mentales, porque dicho cambio significa desprenderse de prejuicios muy bien arraigados, de visiones que ya cristalizaron con el paso del tiempo y de moldes de acción rutinariamente asumidos como válidos. Y lo más difícil: que todo ello enmascara intereses.

Es patente que la alternancia en el ejercicio del poder político, que es en sí un importante avance del proceso, porque evidencia en los hechos que en democracia lo más natural es alternar, vino a poner a las fuerzas políticas a prueba y en alerta. Y ha sido así no por factores derivados del proceso en sí, sino porque dichas fuerzas no se han capacitado para manejar la alternancia, como se ve a diario en los hechos. Esto, desde luego, se agudiza de cara a una nueva elección presidencial. En tales condiciones de ánimo, lo que primero surge, como mecanismo autodefensivo, es la confrontación, en cuanto más agresiva mejor.
Pero nada de eso es real, y por consiguiente no puede instalarse en la realidad. Ésta lo que está demandando es lo contrario: racionalidad y acuerdos de país. Lo único que puede resultar del ejercicio de la conflictividad artificiosa es la profundización de las distorsiones que obstaculizan el avance del proceso democratizador; y esto sí es muy negativo, porque nos hace perder valioso e irrecuperable tiempo histórico, en la ruta ya de por sí tan accidentada de nuestro desarrollo. Esa tendría que ser la razón principal para evitar crisis institucionales cuya raíz está en la incomprensión mutua, en el temor visceral a perder “posiciones ganadas” y en la rigidez obcecada.
Todas estas actitudes nos recuerdan una famosa frase de los tiempos anteriores a la guerra, que grafica el modo de ser y de funcionar en clave reivindicativa al antiguo estilo: “Lo conquistado no se entrega”. Hay que tener presente, sin embargo, que en la democracia activa todas las conquistas posibles son expresiones relativas. En la democracia no existe el absoluto, porque lo que se hace constantemente es repartir responsabilidades de poder, lo cual significa que cada quien obtiene, en forma alternativa, cuotas del mismo. Al entender y asimilar esto muchas de las conflictividades potenciales o desatadas tienden a desactivarse.
Las fuerzas del país deberían entrar de ahora mismo en una autorreflexión que permita enderezar actitudes y corregir impulsos antidemocráticos. De lo contrario, seguiremos empantanándonos a costa de la salud del proceso y de la fiabilidad de sus actores.

 

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