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MODERACION

*La moderación es el proceso de eliminar o atenuar los extremos, es buscar el equilibrio.     *En la moderación se halla lo mejor en ética, en política, en economía. Por eso, Rubén Darío decía que “la moderación es el mejor de los bienes”.     La Real Academia Española define la moderación como sinónimo de “cordura, sensatez, templanza en las palabras o en las acciones”.     Son esas, precisamente, las características o cualidades que más se deben poner en práctica dentro de la política nacional.    

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viernes, 27 de enero de 2012

La primera tarea modernizadora les atañe a los partidos políticos (LPG)

Estamos en campaña, y es momento más que oportuno para calibrar cómo se presentan los partidos ante el electorado, y cuáles son sus fallas persistentes y sus avances positivos.

En el país, modernizar ha sido siempre una exigencia no resuelta, al menos con el compromiso y la efectividad que son deseables y esperables. En la contemporaneidad hay algunos momentos en que las oportunidades de modernización fueron desaprovechadas al máximo, en algún caso con resultados verdaderamente trágicos. Son los momentos de 1932, cuando se produjo el alzamiento indígena en Occidente y esa señal dramática no dio paso a una verdadera democratización nacional; de 1944, cuando concluyó la dictadura martinista y tampoco se le dio proyección democratizadora al notable movimiento civil emergente; de 1950, cuando no fue posible, por las interferencias tradicionales del poder, que la moderna Constitución de aquel año tuviera la debida proyección transformadora en nuestro modelo de vida.

Al producirse el conflicto bélico interno, la fatalidad reincidente hubiese sido que dicho conflicto se resolviera por la vía militar: eso habría significado el estancamiento de la evolución nacional por tiempo indefinible, con el agravante de que, al haber un vencedor, se habrían multiplicado las distorsiones que ello acarrea en cualquier parte. La solución política de la guerra abrió los espacios de la democratización iniciada al comienzo del conflicto. Estamos en esa ruta, y, 20 años después, los imperativos de modernización en prácticamente todas las áreas del quehacer político, económico y social se vuelven cada vez más apremiantes y menos soslayables.
En este preciso momento de nuestro desarrollo democrático en lo político, el foco está puesto sobre las organizaciones partidarias. Es patente que se necesita un reciclaje del sistema, en áreas críticas como la organización y funcionamiento de los partidos y de las entidades que conducen los procesos eleccionarios. Es cierto que las elecciones no son todo en la democracia; pero igualmente cierto es que si el sistema electoral no funciona a plenitud, el debilitamiento institucional se vuelve inevitable y progresivo. No hemos llegado a ese punto, pero hay que hacer a tiempo los movimientos correctivos y preventivos para no llegar ahí.
Para el país y su proceso es fundamental que el esquema de partidos se mantenga fuerte y saludable. Basta verse en el deplorable espejo de algunos países del entorno latinoamericano, como Venezuela, Bolivia y Ecuador, para constatar que los trastornos que ahora viven derivan del quebranto total o de la precariedad creciente de sus sistemas de partidos. Hay que hacer dos cosas a la vez para evitarlo: apoyar institucionalmente a los partidos como tales y exigirles que se corrijan y modernicen conforme a las demandas de los tiempos. Esto último es un reclamo imperioso que ya no se puede poner al margen en función de intereses miopes o mezquinos.
Estamos en campaña, y es momento más que oportuno para calibrar cómo se presentan los partidos ante el electorado, y cuáles son sus fallas persistentes y sus avances positivos. La ciudadanía tiene la vara de medición, cuyas conclusiones se expresarán en las urnas. Los partidos, por su parte, tendrían no sólo que contar los votos que consiguen sino también asimilar los mensajes que hay detrás de esos votos. El tiempo en que imperaba el “nos vemos en la próxima elección” ya es pasado. Hoy impera el “nos veremos mañana mismo”. La democracia es competencia cotidiana. Por eso, los partidos y sus liderazgos de todo nivel deben asumir en serio el rol de mediadores confiables entre el poder y la realidad. No les queda de otra.

 

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