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MODERACION
miércoles, 14 de diciembre de 2011
Construyamos un futuro lleno de esperanzas (El Mundo)
Podemos demostrar que somos capaces de dialogar entre nosotros y que podemos construirnos un futuro seguro, democrático, inclusivo, respetuoso, con hombres y mujeres llenos de fe, semejante al Reino de Dios.
Un planteamiento en el que coinciden todos los sectores consultados por el Consejo Nacional de Educación, CNE, en relación al problema de la violencia y la inseguridad en los centros educativos, es la necesidad de propiciar un Acuerdo Nacional para diseñar una política de país que garantice la paz ciudadana y la seguridad pública.
Esa certeza la obtuvimos el pasado jueves 8 de diciembre, durante la validación de los primeros consolidados de la Consulta Nacional “Educación para un País sin Violencia”.
El planteamiento, expresado o apoyado, con algunos matices, por las 10 mesas participantes, reconoce que las causas de la inseguridad y violencia son múltiples y que su solución pasa por el involucramiento de todos los sectores de la sociedad… Paradójica, o acaso premonitoriamente, la validación de esa idea, se realizó casi de manera simultánea con el fallecimiento de un hombre que la habría celebrado con satisfacción, el Dr. Héctor Silva, noticia que recibimos consternados mientras realizábamos el evento del CNE.
Ambos hechos, la muerte del Dr. Silva y la validación de las consideraciones de 10 grupos intersectoriales que participaron en la primera fase de la Consulta, del Consejo Nacional de Educación, CNE, están relacionadas con la vida pública del país, y fundamentalmente con la construcción de un país democrático, unido y seguro.
La polarización ideológica y los intereses políticos y económicos, que impiden que los diversos sectores se reúnan en calidad de iguales para decidir por el futuro del país, deben ceder ante los intereses de la Nación que queremos construir. De no ser así, cualquier esfuerzo que se haga por la seguridad, si tiene resultados positivos serán parciales y temporales. Como las olas de un mar embravecido –figura grata a nuestro estimado Monseñor Rosa Chávez– la violencia se retirará momentáneamente de nuestra realidad para volver con más tragedia y aflicción.
Y es que así es la lógica individualista que los humanos, distanciados de las enseñanzas de Jesucristo, hemos impregnado a nuestras vidas, desde el individuo hasta la institución más compleja se preocupan únicamente de los propios intereses, el bienestar propio y la seguridad propia. Lamentamos la muerte del hijo del vecino, pero nada hacemos por evitar que más hijos mueran por un mal que entre todos podemos erradicar; olvidamos que uno de esos hijos podría ser el nuestro.
En cambio, si comprendemos que somos una sola familia, con nuestras diferencias como en toda familia, y que lo que le afecta a uno afecta en igual medida a los demás, entenderemos también que debemos poner el mantel a la mesa y sentarnos a dialogar, que antes de los intereses sectoriales o individuales están los intereses del país, y que en la realización de éstos descansan las mejores posibilidades de obtener lo individual y lo sectorial.
Temores, dudas y reticencias, pueden superarse a través de un diálogo honesto, desinteresado, en el cual cada sector de la sociedad exponga sus puntos de vista, los defienda y sea capaz, a la vez, de conjuntarlos con los otros para buscar soluciones trascendentes e involucrarse en su articulación.
El vacío que la muerte del Dr. Silva deja en el ambiente salvadoreño, de alguna manera hace más evidente esa necesidad de diálogo. Bien podemos tomarla como una campanada a tomar el camino del consenso y a crear políticas de país, independiente del sesgo ideológico de los gobernantes. Bueno sería, empezar a diseñarlas alrededor del problema de la inseguridad y la violencia.
¿Es esto una utopía? Las salvadoreñas y los salvadoreños, como lo hicimos al detener la guerra con los Acuerdos de Paz, podemos demostrar que no. Que somos capaces de dialogar entre nosotros y que podemos construirnos un futuro seguro, democrático, inclusivo, respetuoso, con hombres y mujeres llenos de fe, semejante al Reino de Dios.
Somos nosotros, todos, quienes debemos con nuestros actos hacer eco a las palabras del profeta: “Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza.” (Jeremías 29:11 NVI)
Cerrarnos al diálogo, es cerrarnos al futuro que nuestros hijos e hijas se merecen; heredarles un mundo de desesperanza, una sociedad intolerante y una vida desvalorizada, que será una acusación justificada a quienes pudimos hacer y nada hicimos… ¿Estamos dispuestos a soportar el peso de semejante culpa?
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