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MODERACION

*La moderación es el proceso de eliminar o atenuar los extremos, es buscar el equilibrio.     *En la moderación se halla lo mejor en ética, en política, en economía. Por eso, Rubén Darío decía que “la moderación es el mejor de los bienes”.     La Real Academia Española define la moderación como sinónimo de “cordura, sensatez, templanza en las palabras o en las acciones”.     Son esas, precisamente, las características o cualidades que más se deben poner en práctica dentro de la política nacional.    

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sábado, 26 de noviembre de 2011

La Patria se va construyendo en el día a día (LPG)

En estos días, Patria, democracia y desarrollo forman un haz de compromisos interactuantes. No es cuestión de ceremonias ni de declaraciones, sino de planteamientos y de estrategias.

Cuando se habla de la Patria se tiende a representarla como una señora engalanada que aparece en los días señalados para su lucimiento en el calendario cívico. Esa imagen ya no causa ningún interés real, y, por el contrario, es contraproducente, porque genera de inmediato la impresión de que estamos refiriéndonos a un personaje de otro tiempo, que puede interesarles a los anticuarios pero no a los transeúntes comunes. En verdad, la Patria es un ser siempre en desarrollo, que tiene el privilegio de estar viviendo al mismo tiempo, en cada tramo y en cada instante de su devenir, las posibilidades de la pubertad y los desafíos de la madurez. Y aunque desde luego se representa en un ser colectivo, su naturaleza más profunda está íntimamente vinculada al sentimiento personal. La Patria es todos nosotros y a la vez cada uno de nosotros, en doble función inseparable.

El Salvador ha sido siempre país de emigración, en abierto contraste con los que están en el otro extremo: los países de inmigración. Ambas condiciones generan estados anímicos muy diferentes, que determinan distintas formas de enfocar y de administrar la vida. En los países de emigración, como el nuestro, va imperando una sensación de provisionalidad y de transitoriedad, que es como hallarse en permanente vilo de ausencia. Esto incide, de manera decisiva, en la manera de vincularse con lo propio. Si mañana puedo estar en trance de alejarme, hay que tener mentalmente las maletas hechas. Y si a esto le agregamos las amenazas constantes del desastre geológico y del trastorno climático, ya tenemos perfilado el panorama traumatizante o al menos inquietante de lo que vivimos o de lo que corremos el riesgo de vivir.
Durante la guerra y en la posguerra, se ha producido en el país un fenómeno migratorio de proporciones sin precedentes. Ahora, buena parte de nuestra población vive y trabaja fuera de nuestras fronteras. Antes, el destino migratorio era el entorno centroamericano, principalmente Honduras, y ahí se gestó el caldo de cultivo de una tensión que estalló en 1969. En esa época, nuestros emigrantes iban a compartir la miseria en el entorno: explosividad inevitable. La nueva emigración va hacia los países con más desarrollo, principalmente Estados Unidos, en busca de una vida mejor. Cambio radical de perspectiva. Este nuevo enfoque se instala en el ámbito de la mundialización en marcha, que tiende a disolver fronteras. No es emigración para desaparecer, como en otro tiempo, sino para emerger sin despojarse de la identidad de origen.
Esto repercute sin duda y vigorosamente en el ser y en el hacer Patria. La Patria, hoy, como decíamos al comienzo, ya no puede ser una figura estereotipada, con simple despliegue local. Hoy, la Patria salvadoreña se desplaza por el mundo, como una vibrante joven de mochila, que se anima a los nuevos horizontes sin renunciar al colorido mágico de la estancia geográfica propia. Esto es nuevo, y nos coloca en un novedoso escenario de realidades, tanto anímicas como funcionales. Estamos hoy, como nunca antes, asistidos por el poder inspirador de la nostalgia. Los salvadoreños “de aquí”, agobiados por tanto problema de la cotidianidad, recibimos, aunque no nos demos cuenta por estar contando las remesas, el hálito del sentimiento de revitalizada pertenencia de los salvadoreños “de allá”. Un “aquí” y un “allá” cada vez más relativos.
La Patria, pues, también evoluciona, así como la identidad nacional. Tomar conciencia de este constructivo ejercicio dinámico es una de las exigencias más evidentes del momento que se vive en el país. No es casual que los antiguos conceptos e imágenes de Patria estén ya tan desvitalizados y sin posibilidad de reactivarse: el desafío consiste en enfrentar de una manera creativa, conforme al espíritu de la actualidad —tanto en el país como en el mundo—, los temas y símbolos más entrañables y sensibles, como éste. La Patria es una tarea siempre inconclusa, y en ello está su principal fuente de animación constante. Las generaciones sucesivas tienen el encargo también sucesivo. Y lo que tendríamos que hacer ahora, para empezar, es el análisis de lo que a esta generación le toca entender y realizar para cumplir su cometido a conciencia y a plenitud.
En estos días, Patria, democracia y desarrollo forman un haz de compromisos interactuantes. No es cuestión de ceremonias ni de declaraciones, sino de planteamientos y de estrategias. La Patria está aquí, entre nosotros y con nosotros, haciéndose sentir y demandando hacerse valer. Se asoma a todo, participa de todo, lo va impregnando todo. Si no fuera así, no seríamos la comunidad que somos, aunque con tanta y tan despistadora frecuencia queramos ignorarlo. La Patria es el insoslayable retrato de familia en movimiento. Hoy y en toda circunstancia.

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