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MODERACION

*La moderación es el proceso de eliminar o atenuar los extremos, es buscar el equilibrio.     *En la moderación se halla lo mejor en ética, en política, en economía. Por eso, Rubén Darío decía que “la moderación es el mejor de los bienes”.     La Real Academia Española define la moderación como sinónimo de “cordura, sensatez, templanza en las palabras o en las acciones”.     Son esas, precisamente, las características o cualidades que más se deben poner en práctica dentro de la política nacional.    

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miércoles, 28 de septiembre de 2011

Funcionamos de veras como nación o nos quedaremos al margen del progreso (LPG)

Todo confluye en la actualidad para inducirnos a reconocer la existencia, la vigencia y la trascendencia de la nación salvadoreña como un proyecto por construir en función del bien común y de los intereses estrictamente nacionales.

Cuando hacemos recuento de los diversos problemas que preocupan y ocupan a los salvadoreños en esta etapa tan compleja de nuestra evolución democrática, surgen muchas sensaciones encontradas: por momentos pareciera que no hay salidas viables para ninguno de esos problemas; hay ocasiones en que alguna luz se avizora al fondo del túnel respecto de algunas situaciones problemáticas específicas; y con frecuencia lo que se impone es la conflictividad entre sectores y fuerzas por los distintos y aun contradictorios enfoques e intereses que están en juego. La realidad nos tiene a todos en constante expectativa, y eso genera resistencias y fricciones. Lo vemos en el confuso accionar político, en el enredado quehacer económico, en los distintos desajustes sociales, y, en general, en lo complicada que se ha venido volviendo para el ciudadano común la vida cotidiana con sus crecientes desafíos e insuficiencias.

Si algo fue una falla fundamental que nos condujo al conflicto interno fue el descuido histórico de no construir en el país una conciencia y una responsabilidad de nación. Esto no es abstracto ni intelectual, ni siquiera político en sí: es un componente propio de la naturaleza de nuestro proceso histórico. Para el caso, si en el siglo XIX hubiéramos hecho una opción nacional por la educación y por la democracia, otra muy distinta hubiera sido nuestra trayectoria desde entonces; pero como optamos por el autoritarismo y por la marginación de la cultura, cosechamos lo que eso produce, y con creces.
A estas alturas, ya no hay alternativa: nos modernizamos o nos modernizamos, con todo lo que ello implica, desde la política hasta la educación, desde la economía hasta las formas de convivencia social. Afortunadamente, ya no somos una pequeña comarca olvidada en el mapa; hoy tenemos presencia identificable en el escenario global, pese a todas nuestras limitaciones. Y además, la emigración de nuevo estilo, que ha sido una corriente caudalosa de compatriotas especialmente hasta Estados Unidos, nos sirve de escuela adicional para la inserción en un mundo en movimiento renovador y con aperturas sin precedentes.
Todo confluye en la actualidad para inducirnos a reconocer la existencia, la vigencia y la trascendencia de la nación salvadoreña como un proyecto por construir en función del bien común y de los intereses estrictamente nacionales. Y esto trasciende los esquemas históricos que ya son formas sin contenido motivador, y nos permite ubicarnos en el plano de las experiencias más contemporáneas, que tienen tanto por compartir, independientemente de los países en que se den, porque una de las grandes ganancias del intercambio globalizador es que nos permite a todos aprender de todos, lo cual constituye una oportunidad de interacción sin precedentes.
Los salvadoreños somos una nación, queramos o no. Y hoy que estamos ubicados en distintos lugares de la geografía global, somos más nación que nunca. Nunca ha habido un momento más propicio que este para autorreconocernos como esa nación que somos, con todas nuestras características propias. La presión de la problemática que nos agobia es, paradójicamente, el mejor estímulo para trabajar con sentido nacional, por encima de cualquier diferencia y más allá de cualquier desacuerdo. De no hacerlo así, estaríamos condenándonos al rezago, que en las actuales circunstancias equivale al retroceso, que es lo peor que podría pasarnos.

 

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