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MODERACION

*La moderación es el proceso de eliminar o atenuar los extremos, es buscar el equilibrio.     *En la moderación se halla lo mejor en ética, en política, en economía. Por eso, Rubén Darío decía que “la moderación es el mejor de los bienes”.     La Real Academia Española define la moderación como sinónimo de “cordura, sensatez, templanza en las palabras o en las acciones”.     Son esas, precisamente, las características o cualidades que más se deben poner en práctica dentro de la política nacional.    

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lunes, 11 de julio de 2011

En la democracia, negociar es el pan de cada día (La Prensa Gràfica)

 En la democracia, negociar es el pan de cada día - La Prensa Grafica - Noticias de El Salvador

La democracia es, por esencia, interactiva; es decir, se trata de un constante ejercicio entre todos los integrantes del ente social, cada quien en su sitio y según su rol respectivo. Hay que recordar y reiterar —porque es algo que se ignora, se evade o se rechaza con frecuencia, sobre todo en las primeras etapas del aprendizaje democrático, como es nuestro caso nacional— que de ahí deriva justamente el hecho de que en la democracia lo que impera es la relatividad: todos y cada uno tienen parte del poder, parte de la responsabilidad, parte del beneficio de la democracia bien vivida, parte de las consecuencias adversas de la democracia mal vivida. En la democracia, las aspiraciones o las caracterizaciones absolutistas no son sostenibles, y eso lo podemos ver en las experiencias cotidianas, que se repiten sin fin.

En nuestra sociedad, atrapada desde hace tanto tiempo entre las tenazas del autoritarismo mental, entenderse parece ser una tarea heroica. Desde luego, nunca hay entendimiento fácil, ni siquiera entre aquellos que dicen profesar la misma fe, tener las mismas ideas o defender los mismos intereses, ya no se diga cuando se trata de conciliar visiones, percepciones, proyectos o intereses diferentes o antagónicos. Pero la vida, en cualquiera de las formas y desde cualquiera de los ángulos posibles, nunca deja de ser una cadena de entendimientos necesarios, que normalmente se dan por sentados bajo el amparo de la ley y dentro de los ejercicios de la costumbre. Lo más difícil se presenta cuando el entendimiento aparece como un resultado por construir, en situaciones concretas donde las diferencias o los conflictos están al rojo vivo.
En la democracia, negociar entendimientos es lo más natural del mundo, porque la democracia es justamente la convivencia armoniosa entre diferentes. Es el pluralismo en acción, no sólo en lo político, sino también en lo social, en lo económico, en lo cultural. Construir esa convivencia armoniosa es tarea básica, no virtud excepcional. Y los llamados, en primer término, a sentar las bases de la misma son los liderazgos institucionales públicos. Entre dichos liderazgos, que tienen sus atribuciones marcadas por las disposiciones de la Carta Magna, debe darse un entendimiento permanente, que implícitamente lleva consigo una negociación constante, no de contenidos de lo que cada quién debe hacer, porque eso la ley lo establece, sino de estrategias y modulaciones de acción, para que la gestión institucional no resulte con una pata más larga que la otra.
En estos días, hemos visto un enfrentamiento entre cúpulas del poder público, resultante en gran medida de no medir, por parte de ninguno de los participantes en el zipizape, los efectos de sus respectivas actuaciones, con independencia de que estén enmarcadas por lo que establece la normatividad legal. A estas alturas, lo que debería quedar más en claro, como lección de esta experiencia que ha llegado a ser traumática sin ser caótica, es que la sana comunicación constante entre cúpulas es indispensable para que todo el sistema institucional funcione sin quebrantos evitables. Desafortunadamente, en nuestro ambiente hay gran propensión a la sordera selectiva; es decir: cada quien oye sólo lo que quiere oír; y así lo que se multiplica son los malentendidos perturbadores y los mensajes discordantes.
Como hemos señalado en otras oportunidades, en la práctica nacional, y específicamente la gubernamental, se viene reiterando desde siempre una fórmula que no sólo no funciona, sino que tiende a desvalorizar el diálogo como vehículo de entendimiento negociador. Esa fórmula consiste en invitar a otras fuerzas o interlocutores a un “diálogo” bajo la siguiente premisa implícita o explícita: “Miren qué buena idea o qué buen proyecto tengo: apóyenlo”. Eso no es diálogo, es consulta trivial. Para que haya verdadero entendimiento se necesita, en primerísimo término, que las partes se escuchen con voluntad de reconocer la parte de razón que tenga cada quien, para después ir construyendo el acuerdo que sea aceptable y defendible para todos, aunque no recoja, como es natural, la totalidad de las posiciones de ninguno.
En este punto, los salvadoreños tenemos un extraordinario referente, que es el Acuerdo de Paz. Los contenidos de dicho Acuerdo son ya materia histórica; pero sus enseñanzas metodológicas valen para todo momento. Dicho Acuerdo se propuso en primer lugar concluir el conflicto bélico, y a la vez —esto es lo más trascendente, en perspectiva— desplegar completamente el escenario político para la plena competencia democrática. Entre Acuerdo y democracia hay, pues, un vínculo indisoluble. Hoy lo que nos toca hacer a todos es honrar en los hechos la democratización instalada, para asegurar la paz, la estabilidad, el desarrollo y la prosperidad de todos y cada uno de los salvadoreños y salvadoreñas, dondequiera que estén. Y hacerlo, desde luego, con los instrumentos y los materiales que la misma democracia provee.

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