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MODERACION

*La moderación es el proceso de eliminar o atenuar los extremos, es buscar el equilibrio.     *En la moderación se halla lo mejor en ética, en política, en economía. Por eso, Rubén Darío decía que “la moderación es el mejor de los bienes”.     La Real Academia Española define la moderación como sinónimo de “cordura, sensatez, templanza en las palabras o en las acciones”.     Son esas, precisamente, las características o cualidades que más se deben poner en práctica dentro de la política nacional.    

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miércoles, 16 de mayo de 2012

La contención inteligente del gasto es clave para la estabilidad (LPG)

Cuando los recursos escasean, como es el caso en el país, no queda otro camino que hacer un cuidadoso examen que tiene tres puntos inevitables: en qué gastar, cuánto gastar y cómo gastar.

Los temas del déficit fiscal, del endeudamiento público y del gasto gubernamental han venido haciéndose cada vez más presentes en el debate nacional, porque esos tres componentes están íntimamente vinculados en el plano de lo real, y por ende determinan mucho de lo que se hace y sobre todo de lo que se puede hacer con los recursos con que se cuenta. Este último es el factor determinante: la medida de lo disponible, para no caer en la desmesura de lo irresponsable, que es lo que ha venido prevaleciendo sobre todo en los tiempos más recientes. Hay que decirlo claro: este desajuste no es exclusivo del gobierno actual, pero hoy resulta menos sostenible, porque los vicios, cuando se acumulan, se vuelven más y más onerosos.
Desde luego, al hablar en concreto de esas tres cuestiones básicas y críticas, los contrapuntos y los conflictos no se hacen esperar, sobre todo porque para el Gobierno tocar los temas de la corrección del déficit, de la disciplina en el endeudamiento y de la contención del gasto implica ordenar restrictivamente las posibilidades de tener caja llena y de ganar imagen fácil. Pero la realidad está ahí, y no tiene vuelta de hoja: o se enfrenta el déficit con sinceridad, se mantiene a raya el endeudamiento y se controlan los grifos del gasto o nos esperan trastornos cada vez más incontrolables. La racionalización en esos tres aspectos no es, pues, opcional, sino imperiosa.

Como puede constatarse muy gráficamente con lo que está sucediendo en estos días en países de Europa que parecían estar ya en la vía de un desarrollo estable e indetenible, cuando se abandonan los principios básicos de la responsabilidad y de la racionalidad la crisis y el caos empiezan a aparecer en el horizonte inmediato. Por eso es tan determinante ejercer el buen juicio y la cautela en todos los ámbitos de la vida, y por supuesto también en las distintas expresiones del quehacer público. En nuestro caso nacional, estamos pagando cada vez a más alto costo las imprudencias, los arrebatos y los desatinos que han caracterizado nuestro funcionamiento político y económico, y llega un momento en que ya no hay manejos disponibles para seguir en lo mismo.
Cuando los recursos escasean, como es el caso en el país, no queda otro camino que hacer un cuidadoso examen que tiene tres puntos inevitables: en qué gastar, cuánto gastar y cómo gastar. Desde luego, en la definición de esas tres cuestiones habrá que tomar en cuenta aspectos de muy diversa índole: financieros, sociales y políticos, porque todos esos factores interactúan en la realidad.
Lo que a estas alturas ya no puede operar es la tendencia a ir dejando las cosas para mañana ni el empecinamiento en hacer las cosas sólo según lo que conviene a la imagen o al capricho. Esta es hora para la sensatez, con todo lo que ésta lleva consigo en disciplina, en consistencia y en imparcialidad. Estamos ya en atmósfera preelectoral, que siempre es la menos favorable para hacer correcciones difíciles, porque todos quieren en primer lugar quedar bien en la foto, tanto los que van concluyendo como los que aspiran a llegar.
Pero como el calendario no se puede cambiar, lo que hay que hacer es el esfuerzo porque dicho calendario no se vuelva un factor desordenadamente desestabilizador. Y en esto los liderazgos gubernamentales y partidarios tienen un rol decisivo, cuyo incumplimiento les acarrearía grandes costos de cara al sentir ciudadano.
La ciudadanía está cada vez más consciente; y si los políticos no lo ven, esa ceguera les saldrá muy cara.

 

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