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MODERACION

*La moderación es el proceso de eliminar o atenuar los extremos, es buscar el equilibrio.     *En la moderación se halla lo mejor en ética, en política, en economía. Por eso, Rubén Darío decía que “la moderación es el mejor de los bienes”.     La Real Academia Española define la moderación como sinónimo de “cordura, sensatez, templanza en las palabras o en las acciones”.     Son esas, precisamente, las características o cualidades que más se deben poner en práctica dentro de la política nacional.    

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jueves, 28 de junio de 2012

Sólo la sensatez puede superar el enfrentamiento actual (LPG)

Aquí tiene que darse una salida “sin vencedores ni vencidos”, pero de la cual salgan ilesas y si es posible fortalecidas la legalidad y la institucionalidad.

Tenemos una situación de enfrentamiento creciente entre la Asamblea Legislativa y la Sala de lo Constitucional, y lo primero que hay que hacer es identificar la verdadera naturaleza de dicha situación. Más que un “conflicto de poderes”, aquí lo que hay es un conflicto de poder, derivado de una sucesión de sentencias de inconstitucionalidad que trascienden el esquema al que estaba acostumbrado el ambiente político y partidario. Al final de la legislatura pasada había en la Asamblea una correlación de fuerzas suficiente para romper la correlación de fuerzas dentro de la Sala, y por eso hubo prisa en hacer elecciones a última hora. Lo demás son agregados de ocasión.
Así las cosas, y consumadas las elecciones antes aludidas, vinieron los recursos de inconstitucionalidad contra las mismas, y la Sala los resolvió a su estilo: sin medir consecuencias. Lo inequívocamente inconstitucional era enviar a un miembro de la Sala de lo Constitucional a otra Sala; pero se declararon inconstitucionales, con argumentos bastante más discutibles, las elecciones de magistrados en 2006 y en 2012, con lo cual se le dieron más alas a la Asamblea para seguir en “su lucha”. Una lucha que incluye pasar el caso a la Corte Centroamericana de Justicia, algo de entrada muy cuestionable jurídicamente. Y dicha Corte, en decisión inconcebible, dispone medidas cautelares parciales, a favor de la Asamblea, que en vez de abrirles espacio a las soluciones pacíficas del enfrentamiento, más lo exacerban y complican.

Hoy resulta que, según la Asamblea, los nuevos magistrados electos tomarán posesión el próximo primero de julio; y, según la Sala de lo Constitucional actual, eso es imposible, porque sus sentencias son de estricto acatamiento. Así se puede llegar a distorsiones totales. Cuando se está en las trincheras, lo único que se oye es el estallido de los disparos.
A estas alturas, hay que apelar a la sensatez de todos. Nos resistimos a creer que no sea posible ponerla en práctica, porque es de la esencia de un manejo democrático responsable. Y si se trata, como al principio indicábamos, de un conflicto de poder, lo que hay que hacer es enfrentarlo políticamente. Lo primero sería que todas las fuerzas en juego y en pugna lo reconozcan.
Aquí tiene que darse una salida “sin vencedores ni vencidos”, pero de la cual salgan ilesas y si es posible fortalecidas la legalidad y la institucionalidad. Habría que partir de dos premisas básicas: la independencia de los órganos fundamentales del Gobierno y el hecho de que las sentencias de la Sala de lo Constitucional son inapelables. Pero soluciones factibles hay. Pongamos un ejemplo: se eligen de inmediato a los mismos magistrados que fueron elegidos en 2006; se mantiene en la Sala de lo Constitucional al magistrado que fue separado de la misma en abril pasado; y los otros elegidos en esa fecha también se confirman, salvo el Presidente, porque la Sala de lo Constitucional, que es el punto focal de la discordia, merece un tratamiento especial, el cual podría consistir en que cierto tipo de temas especialmente sensibles requirieran unanimidad de la Sala, para lo cual habría que garantizar que el Presidente de la misma, sea el antes elegido u otro, goce no sólo de la confianza de todos sino que muestre ecuanimidad e independencia probadas.
El enfrentamiento como tal nunca se resuelve por sí mismo, sino al contrario: se va enconando progresivamente, si se le deja estar. Este no es momento para cantos de alabanza ni para gritos de guerra. Hay que aplicar la razón, al servicio del proceso.

 

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