Visitas

PUBLICACIONES

MODERACION

*La moderación es el proceso de eliminar o atenuar los extremos, es buscar el equilibrio.     *En la moderación se halla lo mejor en ética, en política, en economía. Por eso, Rubén Darío decía que “la moderación es el mejor de los bienes”.     La Real Academia Española define la moderación como sinónimo de “cordura, sensatez, templanza en las palabras o en las acciones”.     Son esas, precisamente, las características o cualidades que más se deben poner en práctica dentro de la política nacional.    

Siguenos

lunes, 16 de abril de 2012

Hay que prevenir para no tener que lamentar (LPG)

La crisis global nos ha puesto de nuevo —a todos, sin excepción— ante el imperativo ineludible de volver a los criterios básicos, so pena de caer en situaciones críticas como las que atraviesan algunas sociedades europeas que, hasta hace muy poco, eran puestas como ejemplos blindados de desarrollo.

 Nadie puede estar por encima del sentido común; y esta verdad, que no debería ser discutible para nadie, se ha visto amenazada cada vez más por el imperio de la técnica, que se viene erigiendo como la deidad suprema en los dominios de la contemporaneidad. Es cierto que se necesita estudiar con experticia especializada hasta los más sencillos fenómenos de la realidad presente; pero eso no significa que se borren los conceptos fundamentales del comportamiento humano, que responden a la lógica y a los movimientos del ser real, en cualquier tiempo y latitud.

 Dice la sabiduría popular que más vale prevenir que lamentar; y tal consejo, sostenido por la experiencia humana desde que el mundo es mundo, se repite a diario respecto de las cosas propias de la cotidianidad personal, pero casi nunca se aplica a los temas que pertenecen a la vida en común, en los planos nacionales, regionales o globales. Y el factor distractor que más incide en que esto último sea así es la política. ¿Quiere decir que la política es en sí perturbadora del ánimo y, por ende, factor de despiste en lo tocante a las decisiones que están dentro de su ámbito? La verdad es que no es la política como tal la que tuerce las cosas, sino las formas en que ésta se pone en práctica. Cuando es autoritaria, la voluntad del “líder” o del “liderazgo” lo distorsiona todo; cuando es democrática, la competencia y los tiempos políticos se le anteponen a la realidad.

En nuestro país hemos vivido las dos experiencias. Durante larguísimo tiempo imperó en el ambiente la política autoritaria, y, en nuestro caso, más que la voluntad de un “líder”, que en realidad nunca lo hubo, salvo que queramos considerar tal al General Martínez, lo que hubo fue el predominio de una fuerza, que era la Fuerza Armada, en funciones de gerente por término indefinido del sistema político. Y en esa época lo que se hubiera tenido que prevenir eran justamente los efectos de esa conducción incompatible con el ejercicio natural de la política; al no hacerlo, se tuvieron que lamentar los efectos inmediatos: el surgimiento de una subversión, la conversión de ésta en sujeto bélico y el posterior estallido de la guerra. Todo eso hubiera sido evitable siempre que se hubiera prevenido a tiempo, con las correcciones históricas del caso.
Ya en la democracia, el mismo modo de ser y de funcionar que ésta tiene por naturaleza hace que el día a día requiera un ejercicio de prevenciones que eviten estragos generadores de lamentaciones. Hasta en las cosas que parecen más comunes hay que hacer el análisis que posibilite las sabias, sanas y oportunas prevenciones. Pongamos, por ejemplo, el caso de la agricultura nacional: entramos en crisis desde el momento en que las decisiones perfectamente imprevisoras de los primeros gobiernos de la posguerra dispusieron abandonar el mundo agrícola para dedicarse a otras cosas. Desfalleció la agricultura y lo demás no prosperó. Qué lamentable. ¿A quién se le ocurre soltar una rama cuando no se ha prendido firmemente de otra? Sólo a los imprevisores, a los que imaginan que la realidad es servidora de sus deseos, a los incautos…
Y ahí tenemos otro caso, aún más dramático en los hechos cotidianos: la inseguridad producida por la delincuencia. Los que tenemos edad para recordarlo, sabemos cómo era El Salvador de nuestra infancia y adolescencia: uno andaba por todas partes sin peligro, el centro capitalino era un lugar acogedor y grato, “el París de Centroamérica” le decían al San Salvador de entonces, y el campo ya no se diga: yo, a los 8 años, me iba solo en tren hacia la estación de Las Cañas, después de Apopa, y me venía en camioneta hasta La Garita, sin problemas. Sí, ya sé, algunos dirán que son visiones idílicas; es cierto, había otros problemas sociales de fondo, pero aquí vamos al punto: si esos problemas se hubieran atendido a tiempo, no habría habido guerra; y si las consecuencias de ésta se hubiesen tratado en forma, no padeceríamos lo que estamos padeciendo.
El punto es que prevenir implica aceptar de antemano que hay responsabilidades futuras; y el problema de base es que para los políticos la palabra “futuro” prácticamente no existe. Su futuro se confunde con los plazos políticos, que son un calendario artificial que se monta sobre el calendario natural. Y el anhelo irresistible de “quedar bien” para recibir los consecuentes réditos de imagen o de aceptación interfiere en todo. Lo más interesante de este momento político en el país es que las viejas formas de “quedar bien” ya no funcionan como antes, porque la ciudadanía está evolucionando, más rápido de lo que muchos hubieran imaginado o querido. Ahora, los que se mueven dentro de la cada vez más demandante competitividad política tienen que prevenir en primer lugar el propio deterioro. Ese sí es un cambio real, que nadie puede desconocer impunemente.

 

0 comentarios: